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Hace 50 años, Jonas Salk anunció que tenía una vacuna segura y eficaz para combatir la enfermedad de la niñez más temida en el siglo XX. Otros quizás merezcan el mismo reconocimiento por sus esfuerzos por eliminar la poliomielitis. Pero nadie será recordado con tanto aprecio como Salk por la esperanza que llevó a los padres de todo el mundo.

Pulmones de acero. Aparatos ortopédicos. Pabellones de aislamiento. Para cualquiera que tenga más de 50 años, estas palabras pueden evocar recuerdos terribles. Las generaciones más jóvenes -las que tienen más de 12 vacunaciones en su haber- no pueden ni siquiera recordar los días en que la epidemia de poliomielitis era un aterrador suceso anual. Los padres de todo el continente americano ya no tienen que temerle a una infección que podía empezar como un resfriado de verano pero terminar con el niño paralítico de por vida o muerto. La mayoría ignora que en la otra mitad del mundo, en África y al sur de Asia, esta enfermedad todavía azota a los niños.

La poliomielitis, históricamente conocida como parálisis infantil y hoy en día comúnmente como polio, es una enfermedad viral muy infecciosa transmitida por vía oral-fecal, por lo general, a través de agua o alimentos contaminados con heces. Aunque la polio puede atacar a cualquier persona sin que importe la edad, los niños son más vulnerables al riesgo. El virus infecta en especial los intestinos sin causar enfermedad grave, pero algunas veces ataca el sistema nervioso central. Los síntomas pueden ir desde una parálisis temporal moderada hasta una parálisis generalizada que se convierte en tetraplegía permanente. En su forma más grave, llamada poliomielitis bulbar, el virus ataca el tronco encefálico y destruye las neuronas motoras que le indican al cuerpo cómo tragar, hablar y respirar. Sin ayuda para respirar, un paciente con este tipo de polio, por lo general, muere.

En su libro Patenting the Sun: Polio and the Salk Vaccine (Patentar el sol: la polio y la vacuna de Salk), Jane Smith recuerda una escena escalofriante del trágico pasado de la polio:

Al principio atacaba levemente -un resfriado de verano, un dolor de cabeza o un poco de fiebre que era apenas un poco más que el sofoco de jugar afuera en un día húmedo. Entonces, de repente el ruido débil de un cuerpecito que cae y el grito de terror. "¡Mamá, no me puedo mover!" "¡Mi cabeza, papi, no puedo levantarla!" Seguía el grito de dolor mientras que los brazos y las piernas se retorcían hacia adentro, o el sonido más temido de todos, el de la asfixia que surgía cuando los pulmones se olvidaban de bombear y la garganta de tragar, cuando ante ti el niño se quedaba inmóvil, amoratado y frío.

No es de extrañar que los adultos mayores se estremezcan con estos recuerdos. Aunque todavía no existe una cura para la polio, es posible prevenirla. Este año se conmemoran los 50 años de la vacuna inyectable de Jonas Salk, elaborada con virus muertos. Junto con la vacuna de virus vivos desarrollada más tarde por Albert Sabin, la vacuna Salk hizo posible dominar la polio en todos los países de las Américas. Hoy en día, los niños y los padres del mundo pueden vivir más tranquilos gracias a los logros de Salk y Sabin.

Aunque se sabe de la existencia de los virus de la poliomielitis desde hace miles de años, la primera descripción científica registrada data de 1789 y la hizo el médico británico Michael Underwood. Según Underwood, se trataba de una enfermedad extraña que parecía atacar en especial a los niños y los dejaba con una parálisis residual. Cada año seguían apareciendo focos de la enfermedad, pero fue recién a comienzos del siglo XX que el número de casos de parálisis alcanzó proporciones de epidemia.

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