Volumen 6, Número 2 - 2002 | |||
Bioética en historietas por Irene Helmke |
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Claudia, una joven rubia de largas piernas, y su peludo amigo Javier se apiñan ante una computadora. Ambos, con grandes audífonos 3-D, se esfuerzan por "entrar en la realidad virtual". "Ahí tienen los resultados del progreso," bromea Javier. "La energía atómica tiene usos pacíficos", replica Claudia. Javier difiere: "Nunca debieron tocar el átomo. ¡Es una pesadilla! ¡Quiero arrancarme del mundo! ¡Quiero irme a la realidad virtual!". Estas deben ser las palabras mágicas, porque de repente enormes tentáculos metálicos se extienden desde la computadora y agarran a la pareja, arrastrándolos a la pantalla y empujándolos al ciberespacio. "¡Lamento comunicarles que activaron a Aleph!", dice con sorna una voz digitalizada, "soy un programa que guardo toda la memoria de la humanidad y debo recordárselas, de vez en cuando, a los hombres". "¡Así que prepárense para viajar!", ladra Aleph, agregando un amenazador "ja, ja, ja", por el camino. Así comienza la saga de Claudia y Javier, los héroes de Viajeros virtuales: Una exploración bioética de la historia de la ciencia (Santiago, Chile, Editorial LOM, 2001). No es exactamente el Hombre Araña, pero está muy lejos del clásico del bioético estadounidense H. Tristram Engelhardt, Los fundamentos de la bioética y es mucho más probable que logre su misión de atraer a una audiencia más amplia. Viajeros virtuales es el primer volumen de una nueva serie de revistas de historietas de Chile, creación de un pequeño grupo de eruditos en filosofía, psicología y ciencias para tornar a la bioética comprensible y atrayente para los adolescentes de la región.
"Los jóvenes de hoy ni siquiera pueden imaginar cómo fue la segunda guerra mundial", señala el Dr. Lolas, quien es también miembro fundador del Centro Interdisciplinario de Estudios en Bioética de la Universidad de Chile, que inició el proyecto en colaboración con la OPS. "No se representan los esfuerzos bélicos, el pensamiento de aquellas generaciones enturbiadas por el miedo, la hostilidad y el duelo", observa el Dr. Lolas. "No saben ya que la ciencia tuvo, además de su misión civilizadora, una misión de destrucción que ha sido también motor del cambio". ¿Por qué es importante que ellos lo sepan? La respuesta más sencilla es la del filósofo español-estadounidense George Santayana: aquellos que no pueden recordar el pasado están destinados a repetirlo. Pero para el Dr. Lolas y sus colegas, hay más; la respuesta reside en la naturaleza misma de la bioética. Sencillamente, el cambio tecnológico ha dado lugar a la disciplina de la bioética porque se ha comprendido que no todo lo que ahora es posible es necesariamente deseable. El avance tecnológico ocurrirá, pero sus usos deben estar sujetos a un control socioético. Al mismo tiempo, el rápido cambio social ha significado que la bioética deba ser más que una disciplina académica; deba ser un diálogo social, porque las sociedades de hoy son muy heterogéneas. "En todas las sociedades contemporáneas, el rasgo más acusado es la diversidad. Aun las más integradas de ellas muestran signos de fragmentación", escribe el Dr. Lolas en el prólogo de la serie. "Nos hemos atomizado en grupos, subgrupos, minorías y mayorías", sigue, "que afianzan su identidad no por la identificación con otros sino a través de la diferenciación y el antagonismo". El Dr. Lolas toma prestado el término acuñado por Engelhardt, "extraños morales", aquellos de nosotros que ocupamos el mismo planeta, incluso el mismo espacio geográfico, pero que tenemos orientaciones éticas y religiosas muy diferentes. El reto para la bioética es encontrar puntos de coincidencia que permitan a los "extraños morales" lograr comprensión mutua así como un sentido de la obligación mutua en los temas que son centrales a la felicidad y el descontento, el dolor y el sufrimiento, la vida y la muerte humana modernas. >>>> Continuar hacia [La bioética como diálogo social] |