Perspectives in Health Magazine
The Magazine of the Pan American Health Organization
Volume 7, Number 1, 2002

Cara a cara con las consecuencias

por Josh Jackson
 

 Young dancer
Una joven garífuna baila al son del ritmo tradicional, la punta. El SIDA es una grave amenaza para esta población que es la minoría más numerosa de Honduras.   (Foto ©Nestor Salavarría & ODECO)
Los pueblos pesqueros garífunas de la costa norte de Honduras son famosos por su cultura afrocaribeña excepcional. Actualmente, estas comunidades hacen frente a una nueva distinción, menos halagüeña: tienen la incidencia más alta de infección por el VIH/SIDA en el país. La lucha para hacer frente a la epidemia de SIDA y para evitar que empeore está haciendo que estos descendientes de amerindios y africanos pasen de la negación colectiva a la aceptación y a la acción.

Unas cuatro docenas de personas se han reunido para tomar conciencia del SIDA en la comunidad garífuna de Limón, en la costa del norte de Honduras. El Dr. Delfi Valentín, médico local, empieza su clase preguntando a la asamblea --niñas adolescentes, jóvenes con aspecto hosco y madres preocupadas-- quién tiene familia en Nueva York.

Más de la mitad levantan la mano.

Valentín hace otra pregunta: ¿Quién de los presentes tiene miembros de la familia con SIDA o ha perdido algún familiar por esta enfermedad?

Se levanta casi el mismo número de manos. Valentín confía posteriormente a un visitante que probablemente se habrían levantado más manos a no ser por el estigma asociado con el SIDA.

Para una comunidad que comenzó por reaccionar a la presencia de la infección por el VIH/SIDA con una negación casi universal, estas reuniones sobre el SIDA con Valentín son ya un triunfo. Indican que, sin prisa pero sin pausa, los garífunas están enfrentándose a una verdad tan triste como alarmante: la tasa acumulativa de casos de SIDA entre estos descendientes de africanos y amerindios es de casi 15 veces la tasa nacional. Más de 8% de los garífunas adultos son seropositivos al VIH, lo que es cuatro veces más que el promedio nacional. "Esta epidemia está diezmando su población", dice el Dr. Néstor Salavarría, codirector de un proyecto local de prevención del SIDA.

 Doctor talks to AIDS awareness group
El Dr. Néstor Salavarría conversa con miembros del equipo local de fútbol por la conciencia sobre el SIDA. Mientras algunos garífunas tienen dificultades en aceptar la crisis del SIDA, otros están aunando esfuerzos para tratar de contenerla.   (Foto ©Josh Jackson)
Las buenas noticias son que cada vez más garífunas y sus aliados están hoy tratando de hacer algo acerca del problema.

Son unos 100.000 los garífunas que pueblan los departamentos costeros del norte de Honduras, con lo cual constituyen la minoría más grande del país. Sus antepasados africanos llegaron al Caribe en dos barcos españoles de esclavos que naufragaron en San Vicente en 1635. Allí se mezclaron con amerindios y, cuando Gran Bretaña tomó control de la isla en 1797, sus descendientes, los karaphunas, fueron deportados a Roatán, frente a las costas de Honduras. De allí emigraron a tierra firme de Honduras por Trujillo, para luego extenderse a lo largo de la costa hacia Guatemala y Belice.

La unión entre los africanos y los amerindios de San Vicente hizo de los garífunas una cultura y un grupo étnico único. Su lengua, todavía muy hablada, se basa en los idiomas amerindios arawak y caribe, e incorpora palabras del francés, el español y el inglés. Su "punta" tradicional, frenético baile de cortejo al son de tambores de madera, conchas y maracas, tiene una versión eléctrica, el "rock punta", admirado por melómanos de todo el mundo.

Durante dos siglos, los garífunas subsistieron principalmente de la pesca y la agricultura; ulteriormente, cultivaron plátanos y caoba para la venta. En todo el siglo XX constituyeron una reserva fundamental de mano de obra para los exportadores de plátano de Honduras.

En las últimas décadas, los garífunas se han dirigido cada vez más en busca de trabajo a las ciudades hondureñas de La Ceiba o San Pedro Sula, como también a Nueva York, Los Angeles y Nueva Orleans. Inclusive Londres cuenta actualmente con una comunidad de garífunas. Esta diáspora se ha intensificado en los últimos 10 años, ya que los inversionistas nacionales y extranjeros han comprado vorazmente terrenos garífunas para el desarrollo turístico.

Cuando los emigrantes garífunas retornan, lo que muchos hacen, a menudo no sólo se traen el dinero ganado con su duro trabajo, sino que también traen el VIH/SIDA. "La migración laboral es una causa fundamental de la elevada incidencia", dice el Dr. James Stansbury, profesor de antropología en la Universidad de Florida que ha hecho trabajos de campo entre los garífunas. Los "varones jóvenes con pocas oportunidades de ganarse la vida en sus pueblos de origen se marchan, tanto por necesidad como por costumbre. Viven y trabajan en zonas con alto riesgo de contraer una enfermedad de transmisión sexual". Observa que uno de cada cinco trabajadores del sexo de San Pedro Sula son seropositivos al VIH, según un estudio reciente. La ciudad de Nueva York, donde acaba el mayor número de emigrantes garífunas, es la ciudad con más casos de SIDA en los Estados Unidos, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.

Stansbury, que estudió las actitudes hacia el VIH/SIDA entre los garífunas, encontró que la mayoría de ellos podían identificar las causas y los síntomas del SIDA. El problema, dice, reside más en su percepción de que sólo las personas de moral laxa corren el riesgo de contraer la infección. "Muchos consideran que saber con quién meterse ya es una forma de prevención. Parecen estar negando el vínculo infeccioso, al rechazar la idea de que personas que conocen, cercanas a ellos, podrían estar infectadas".

Esta cultura de la negación produce un cuestionable artefacto estadístico: casi nadie en ciudades como Trujillo o Limón "muere de SIDA", al menos oficialmente. Mueren de diabetes, de cáncer, de psoriasis o aun de brujería, que son dolencias inventadas o infecciones oportunistas que acompañan al SIDA. Un estudio de los registros médicos del consultorio local de Limón revela sólo una muerte por SIDA. El Dr. Valentín reconoce que suele presionarse al personal médico y de enfermería para que oculte la causa real de una muerte por SIDA. Esto protege la reputación del difunto y sus familiares, pero falsea los datos de la enfermedad.

 Community health promoters
Los promotores de salud comunitaria conocidos como "multiplicadores" difunden el mensaje de que el SIDA puede afectar a alguien en cualquier momento, a menos que se tomen las precauciones necesarias.   (Foto ©Nestor Salavarría)
Aceptar su difícil situación ha sido un proceso desgarrador para muchos garífunas, proceso que de ninguna manera ha terminado. Habituados a grados variables de discriminación por parte de la sociedad hondureña, mayoritariamente mestiza, algunos garífunas comenzaron por considerar que los informes sobre sus tasas de VIH/SIDA, superiores a la media, estaban sesgados o eran simples calumnias. Conforme la enfermedad se ha ido cobrando un número cada vez mayor de víctimas, las comunidades garífunas han empezado a ponerse a la altura del desafío. "La gente habla de ello más abiertamente, especialmente los familiares de la persona infectada", dice Mirtha Colón, que lucha contra el SIDA entre los garífunas que viven en Nueva York. "Se han formado algunos grupos de apoyo en las comunidades de Honduras, y los familiares están buscando ayudarse a sí mismos."

Para Yolani X., promotora de salud del pueblo de Santa Fe, hacer frente al dolor y al estigma del SIDA ha sido una prueba muy personal. Antes de que su padre regresara de Nueva York con el SIDA, su madre ni siquiera había oído hablar de la enfermedad. Cuando aparecieron lesiones en los brazos de su madre, Yolani supo que había contraído el SIDA, pero no tuvo corazón para decírselo. Los dos hermanos de Yolani, al principio, rechazaron a su madre por miedo y por no comprender. Estuvo enferma tres años, antes de seguir a su esposo al sepulcro hace unos pocos meses. En una entrevista, Yolani pidió que no se hiciera público su apellido al contar lo sucedido.

Yolani trabaja ahora un proyecto de prevención del SIDA dirigido por el Dr. Manuel Sierra, profesor de medicina en Tegucigalpa, con dos títulos de doctor de la Universidad de Harvard. Fue Sierra quien primero descubrió la elevada incidencia del SIDA entre los garífunas, cuando encabezaba el programa de vigilancia epidemiológica de VIH/ SIDA del Ministerio de Salud. Los estudios de Sierra pusieron de manifiesto que algunas comunidades de garífunas presentaban una incidencia acumulada de casos de SIDA superior a 2.000 por 100.000 habitantes, frente a 134 por 100.000 a nivel nacional. También revelaron que sólo entre 20% y 40% de los varones garífunas usan regularmente condones en sus relaciones sexuales.

Estos resultados condujeron a Sierra a acercarse a un amigo y colega, el Dr. Néstor Salavarría, director de la Clínica el Buen Pastor, situada en el vecino departamento de Olancho. Ambos elaboraron un proyecto y consiguieron subvenciones del ONUSIDA mediante la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para aumentar la conciencia acerca del SIDA y promover las medidas preventivas en las comunidades garífunas.

El proyecto se ha concentrado en adiestrar a educadores de la comunidad en materia de SIDA para que enseñen la verdad acerca del VIH/SIDA y la necesidad de prevención. Los doctores Sierra y Salavarría contrataron a Valentín, a otro médico local y a otras diez personas de la comunidad para promover la concientización sobre el SIDA, que a su vez buscaron voluntarios conocidos como "multiplicadores" en diversos grupos sociales y etarios. "Se trataba de encontrar y movilizar recursos locales para crear empatía y conciencia sobre el problema," dice Sierra. "Se adiestró a niños, adolescentes y otras personas para que siguieran formando a sus pares con intereses similares".

 Young Garífuna man in AIDS awareness activity
Un joven garífuna realiza una tarea de clasificación ideada para evaluar su comprensión del SIDA y de lo que constituye un comportamiento peligroso.   (Foto ©James Stansbury)
Al involucrar a los propios miembros de las comunidades, el programa ha logrado seguir esta tarea incluso después de agotarse las subvenciones internacionales.

"Lo extraordinario fue que, al visitar las comunidades con nuestros propios recursos de ONG, la mayoría de los multiplicadores seguían realizando actividades a pesar de la carencia de financiamiento", dice Sierra. "Estaban, en verdad, sumamente motivados".

Su incentivo suele ser personal. Una de las promotoras de salud, Inés Alicia Arzú, se asoció al programa después de que su hermana de 27 años de edad hubiera muerto de SIDA. Se había casado con un hombre que sabía que era seropositivo al VIH, pero que ocultó esta información a su nueva esposa. él murió a los cinco meses, y su esposa le siguió dos años después.

"Es importante comunicar el mensaje", dice Arzú. "No hemos visto los cambios de comportamiento que me gustaría ver, pero creo que está entrando en la mente de la gente, y están comenzando a aceptarlo."

Parte del trabajo para cambiar el modo de pensar de los garífunas acerca del VIH/SIDA ha consistido en enseñar maneras en que no se transmite el SIDA, como son compartir una taza con un seropositivo o usar el mismo inodoro. Los mitos han despertado el temor, mientras que la verdad, con demasiada frecuencia, sólo parece producir apatía.

"Ya tienen conocimiento acerca de los condones", dice el antropólogo Stansbury, "al menos en las comunidades encuestadas. Pero esto no concuerda con las prácticas de los hombres jóvenes que, en principio, están en alto riesgo. No sabemos en qué medida podrán disponer de condones cuando más falta les hagan, ni en qué medida los varones jóvenes niegan o conocen mal sus posibilidades de infectarse. Disponer de buenos datos etnográficos de los trabajadores emigrantes garífunas nos ayudaría mucho a comprender mejor estas cuestiones."

Stansbury also notes the need to address gender dynamics and "the issue of relative power for women in negotiating sexuality....Even when women understand and come to terms with risk, they may be faced with recalcitrant and defensive partners."

Para Stansbury, uno de los aspectos más significativos de las iniciativas actuales de prevención del SIDA es que se centran en la juventud garífuna. "La labor educativa de la OPS y del Buen Pastor dirigida a los jóvenes es esencial, pues llega a los adolescentes al entrar en la etapa de la vida en que están expuestos al mayor riesgo. Es necesario comprender mejor y llegar a los jóvenes antes de que se conviertan en emigrantes que regresarán infectados a sus comunidades", afirma.

 Garífuna community in Honduras
(Photo ©ODECO)
Entretanto, la epidemia de SIDA está tomando proporciones crecientes, si bien no siempre evidentes de inmediato. "No sabemos que ciertos niños son huérfanos del SIDA si no nos lo indican o preguntamos", observa Stansbury. En efecto, el año pasado nadie conocía con certeza el número de huérfanos, más allá de decir que eran muchos. También se ve a muchas personas de las que se sospecha que están infectadas, pero no está claro sin averiguación y las personas no anuncian su seropositividad. No obstante, durante una sesión de campo de dos semanas, dice, "no entrevisté a nadie que no conociera a alguien que había enfermado o había muerto de la enfermedad. Pocos eran los que no tenían a algún miembro de la familia afectado".

Se suma a esta tragedia humana el hecho de que las víctimas son, como dice Stansbury, "quienes menos se pueden permitir sus consecuencias". Los 180 dólares por mes que Yolani X gastó en monoterapia para su madre fue una pesada carga para su familia. La "terapia triple" ahora recomendada costaría más de 1.000 dólares por mes y no es una opción para la gran mayoría de garífunas de la costa norte. El mejor tratamiento de que disponen no es sino la compasión de la familia que ve morir a un ser querido.

"La mayoría de los garífunas con SIDA que reciben tratamiento se lo envían miembros de la familia que residen en Estados Unidos", dice Sierra. "Lo que realmente nos preocupa es que la mayoría de ellos no siguen una pauta terapéutica adecuada. Se limitan a tomar el medicamento hasta que se agota, y luego lo dejan. Meses después, reciben otro. Ahora están en una situación dramática".

La organización neoyorquina de Mirtha Colón, Hondureños contra el SIDA, pretende que tengan acceso al tratamiento los garífunas con SIDA necesitados. Colón se dio cuenta de que la enfermedad era un problema creciente entre los garífunas de Nueva York en 1992. "Sabíamos que la epidemia estaba convirtiéndose en una amenaza para la comunidad porque todos aquí conocían a alguien con SIDA. Fuimos a Honduras y vimos que eso también era un problema allá."

Colón estableció una relación con ODECO, una organización local de mujeres en Honduras, y empezó a recaudar fondos para dar medicamentos a los pacientes con SIDA allí. Ambas organizaciones juntas proporcionan medicamentos a un grupo de 40 garífunas, pero las necesidades siguen siendo enormes.

Médicos sin Fronteras también ha empezado recientemente a prestar atención a enfermos de SIDA en el norte de Honduras, pero como clave para frenar la epidemia siguen viéndose la educación y la prevención. Más de 100 voluntarios en las comunidades de Limón y Santa Fe han colaborado y ayudado a difundir el mensaje. Vicente Loredo, voluntario y entrenador principal del equipo local de fútbol por la conciencia sobre el SIDA, cree que han llegado a sus destinatarios.

Pero la tarea sigue siendo abrumadora en muchos aspectos, pues sobrepasa la salud individual para llegar a la estructura social de las comunidades garífunas. En una escuela que visitó Sierra, uno de cada cuatro niños había perdido a por lo menos uno de sus progenitores por esta enfermedad.

Los garífunas empiezan a enfrentarse con la verdad sobre el VIH/SIDA en el momento en que se observa que la epidemia está alcanzando niveles que antes sólo se habían visto en el África subsahariana. Entre tanto, los doctores Sierra y Salavarría están buscando nuevas fuentes de financiamiento para apoyar sus esfuerzos. "Existen posibilidades de reducir esta epidemia, dice Salavarría. Pero, desde luego, necesitamos ayuda para poder proseguir este valioso proyecto."


Josh Jackson es el director de comunicaciones de la Luke Society, organización misionera médica cristiana con sede en Sioux Falls, Dakota del Sur.

Una muerte a solas

 Woman dying of AIDS
(Foto ©Nestor Salavarría)
Los garífunas no son los únicos hondureños que están sufriendo de SIDA. El país tiene la tasa más alta de SIDA en Centroamérica. Sin embargo, predomina la incomprensión acerca de la enfermedad y su forma de transmisión. El Dr. Nestor Salavarría, de la Clínica el Buen Pastor, describe una visita a una mujer mestiza que estaba muriendo de SIDA:

"Tratando de orientar a un nuevo colega médico, visitamos una comunidad y preguntamos si había casos de SIDA. Sí, había un caso y nos dieron la dirección exacta de la casa. Cuando llegamos, la puerta se encontraba abierta. Entramos y en el fondo yacía una mujer postrada y muy enferma. Cerca de ella, en el piso, había café y frijoles. Nos relató que cada día un niño le dejaba comida y salía corriendo. Pero la señora no podía comer por sí misma. Nuestro colega sintió mucha compasión y propuso que oráramos por ella. Le regaló un billete de 100 lempiras y ella lo apretó en su puño. Decidimos volver al día siguiente pero, lamentablemente, la mujer ya había muerto. Buscamos a su familia pero no aparecíó. Los vecinos nos dijeron que la habían enterrado rápidamente y habían quemado sus pertenencias. Encontramos afuera de la casa su cama de madera recién quemada, su ropa y sus utensilios para comer y aquel billete de 100 lempiras quemado por la mitad".

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