In Indonesia, relief workers helped disaster survivors in the process of identifying lost family members.

Fue el peor desastre natural que se recuerde en el sur de Asia —el terremoto y el tsunami que en diciembre pasado cobraron la vida de más de 250.000 personas en unos doce países. En los días siguientes al desastre a medida que aumentaba la cifra inicial de víctimas, los informes de los medios de comunicación advertían sobre una segunda calamidad que se avecinaba; se referían a las epidemias de enfermedades peligrosas que tal vez ocurrirían debido a la descomposición de centenares de cadáveres. Una agencia de noticias informó que: “Los organismos internacionales recomendaron que los miles de cadáveres hinchados esparcidos en las playas, las calles y las morgues improvisadas fueran recogidos rápidamente para detener la amenaza de enfermedad”.

Otros informes de prensa eran igual de alarmantes. Uno citaba a un microbiólogo que decía: “Hay un alto riesgo de brotes de epidemia en todos estos lugares. Los cuerpos en descomposición son fábricas de bacterias. Hay que desechar esos cuerpos rápidamente”. Otro decía que: “Preocupados por la propagación de enfermedades, los funcionarios encargados de la salud dieron órdenes para que camiones de la ciudad recogieran los cuerpos en descomposición y los llevasen a fosas comunes”.

La idea de que los cadáveres son una amenaza inmediata para la salud es uno de los mitos perdurables de los desastres. Es mucho más probable que los sobrevivientes sean el origen de brotes de enfermedad. La mayoría de las víctimas de los desastres naturales mueren por traumatismos, inmersión o quemaduras y no por infección, por eso es menos probable que las víctimas sean portadoras de agentes infecciosos. Alguien que no tenía el cólera no lo va a transmitir si está muerto

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Los sobrevivientes tienen una intensa necesidad sicológica de identificar a sus seres queridos y experimentar el duelo de la pérdida según sus propias costumbres. Negarles el derecho de realizar estos ritos puede influir en los problemas mentales que surgen después de los desastres.

Un epidemiólogo ambiental de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres analizó las pruebas científicas sobre el tema en un artículo reciente que publicó la Revista Panamericana de Salud Pública. “Los microorganismos que generan la descomposición no son del mismo tipo de los que causan enfermedades”. “La mayoría de los virus y bacterias que causan enfermedades no pueden vivir por mucho tiempo en un cadáver”. La única excepción es el virus de la inmunodeficiencia humana, que puede vivir hasta 16 días en un cadáver, siempre y cuando esté refrigerado. Señala que los virus que se transmiten por la sangre, como el VIH, los de la hepatitis B y C, así como la tuberculosis y las infecciones gastrointestinales presentan un riesgo leve para los socorristas encargados de manipular los cuerpos; sin embargo, el riesgo de contagio puede reducirse si se toman las precauciones básicas y se mantiene la higiene adecuada.

Una preocupación válida es la contaminación del agua por la materia fecal de los cuerpos en descomposición. Sea cual fuere el origen de la contaminación, el suministro de agua limpia para la gente es un asunto de alta prioridad.

A pesar de las pruebas científicas, la creencia de que los cadáveres propagan enfermedades sigue siendo un problema crónico que entorpece los esfuerzos para mitigar las consecuencias de los desastres. Los medios de comunicación publican noticias alarmantes sobre el riesgo de grandes epidemias y, por eso, las autoridades se apresuran a enterrar los cuerpos en fosas comunes. Esto aumenta el caos y la angustia entre las personas y se convierte en otro golpe para la población afectada.

 

 

En busca de una conclusión

Pero hay un problema aún más grave: los entierros y las cremaciones en masa pueden hacer que la identificación de los restos sea imposible e impedir que los sobrevivientes entierren a sus seres queridos según sus costumbres y creencias. Los sobrevivientes tienen una intensa necesidad psicológica de identificar a los seres queridos y experimentar el duelo de la pérdida según sus costumbres. La esperanza de todo sobreviviente es que va a encontrar a alguien con vida. Pero, cuando esa esperanza se desvanece existe la necesidad universal de saber dónde yacen los seres amados y decirles adios. Esta necesidad tiene que reconocerse junto con todas las otras que tiene la gente luego de un desastre. Esta es la razón por la cual después del tsunami, países con equipos de identificación forense y la tecnología necesaria ofrecieron sus servicios a los países afectados en apoyo de los esfuerzos de recuperación.

Si no se logra encontrar e identificar a una víctima puede haber consecuencias materiales que mantienen a los sobrevivientes en una especie de limbo legal, con respecto a la propiedad, la herencia y las indemnizaciones familiares. Aunque las autoridades tal vez sientan presión del público para deshacerse rápidamente de los cadáveres, lo más probable es que las familias, los vecinos y los miembros de la comunidad inmediata se resistan a que las víctimas se entierren en masa. En septiembre pasado, después del paso del huracán Jeanne por Haití, los residentes de Gonaives supuestamente apedrearon un camión que trataba de arrojar los cadáveres en una fosa común.

La mayor parte de la cobertura noticiosa de la catástrofe ocasionada por el tsunami difundió el mito de los cadáveres y las epidemias, en especial durante los primeros días después del desastre. Sin embargo, la cobertura también reflejó la enorme importancia que los sobrevivientes asignan a la identificación de sus seres queridos. Los informes de los medios estaban llenos de relatos e imágenes de los sobrevivientes que buscaban desesperadamente a sus seres queridos en hospitales y morgues, examinaban en detalle las carteleras con las fotos de las víctimas o divulgaban en Internet pedidos de ayuda para encontrarlos. También mostraron muchos casos en que los socorristas trataron de facilitar este proceso.

Principalmente en los casos de muertes en masa, tener que ocuparse de un gran número de cadáveres es una gran dificultad para mitigar el desastre. La forma de abordar el problema debe estar basada en pruebas científicas que son fáciles de obtener, y no en temores infundados; además, siempre habrá que reconocer los derechos de los sobrevivientes.

An environmental epidemiologist at the London School of Hygiene and Tropical Medicine reviewed the scientific evidence on the issue in a recent article in the Pan American Journal of Public Health. “The microorganisms involved in decomposition are not the kind that cause disease.” “And most viruses and bacteria that do cause disease cannot survive very long in a dead body.” An exception is the human immunodeficiency virus, HIV, which has been shown to live up to 16 days in a corpse, but only under refrigeration. He points out that blood-borne viruses, such as HIV and hepatitis B and C, as well as tuberculosis and gastrointestinal infections, do pose a slight risk for relief workers charged with handling bodies.

 

Este artículo está basado en uno publicado en Perspectivas en Salud, una revista bianual de la Organización Panamericana de la Salud. La versión completa estará pronto en línea en: www.paho.org. Puede leer más sobre el riesgo de enfermedades infecciosas producidas por cadáveres en un artículo de Oliver Morgan publicado en la Revista Panamericana de Salud Pública (http://publications.paho.org/english/dead_bodies.pdf). Una editorial en el mismo número de la revista sobre el tema está en línea en http://publications.paho.org/english/editorial_dead_bodies.pdf. Finalmente, la nueva publicación de la OPS/OMS, Manejo de Cadáveres en Situaciones de Desastre, se puede ver en texto completo en la web en www.paho.org/spanish/dd/ped/ManejoCadaveres.htm